El amor mueve montañas.
Siempre me ha gustado este dicho, lo encuentro acertado, lo mire por donde lo mire.
Sólo los movimientos más bruscos e inesperados de la tierra son capaces de mover una montaña. Sólo cuando escalas hasta lo más alto de ella, eres capaz de querer.
Únicamente, cuando eres capaz de saltar a la pata coja sobre la cima, girar con los ojos cerrados, perdiendo el equilibrio, sin sentir miedo a caer.
No entiendo quien dice quererte cuando apenas te conoce, como tampoco entiendo a quien no se atreve a querer de verdad.
Querer es de valientes. El mundo está hecho para los valientes.
Es una pena. Quizás, enfrente tuyo, compartiendo días de compañía, había alguien a quien podías llegar a querer. Huyes, porque enamorarse significa dejar paso al descontrol, pero no a ese tipo de locura a la que acostumbras.
Significa arriesgarse a ser sincero, confiar e ilusionarse. Es descubrir toda la fuerza, perderte y volverte a encontrar. Hacer girar las manecillas del reloj a doble velocidad, y llenar al otro de promesas. Significa dar rienda suelta a la imaginación y reconocer tu admiración sin vergüenza.
Pero no es fácil, si no eres valiente. Es escoger una opción y rechazar otras muchas.
El amor mueve montañas y el miedo, es capaz de derrumbarlas todas.
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