Soñando un mundo, en el que textos como éste, sean ciencia ficción.
Hoy ella pone un punto y final. Pintado con tinta negra y trazo grueso. El mismo con el que fuiste emborronando su vida, sin perjuicio ni vergüenza. La misma tinta que derramabas sobre ella, día a día, haciéndola desaparecer de un mundo, que siempre quiso verla sonreír. Un mundo que un día prometiste conocer a su lado, y que se volvió gris. Más que gris, negro. Más que negro, contaminado.
Punto y final. Dibujado con grandes dosis de tristeza. Triste porque no fuiste capaz de cuidarla. Porque confundes querer y manejar. Porque cuidar no es lo mismo que controlar. Triste por haberse olvidado de su juventud, de salir, de reír y de disfrutar.
Punto y final. Dibujado con un afilado bolígrafo de dudas. Porque le hiciste dudar mucho y siempre. Le hiciste creer que no era lo suficientemente buena para merecerte, ni lo suficiente recatada para poderte acompañar. Le arrebataste la seguridad en ella misma, y ya no fue capaz de revelarse. Le hiciste tan pequeña, tan invisible, que ni siquiera ella era capaz de encontrarse.
Punto y final, dibujado con tinta impermeable. Tan
resistente, que ni un mar de lágrimas puede difuminar. Lágrimas que derramó
días y noches enteras, evitando siempre despertar a vuestro hijo. Lágrimas de
rabia, de no poder escapar, ni saber a dónde. Lágrimas de dolor y humillación.
Le robaste la ilusión y la fuerza. Pero no toda.
Aquella noche, antes
de que llegaras a casa, como muchas otras veces, cogió una maleta y cerró la
puerta. En vez de correr por las escaleras, bajaron por el ascensor. Le dio el
tiempo suficiente para mirar la cara asustada de su hijo y recuperar en sus
ojos, toda la energía que tú le habías consumido durante este tiempo. Esa
noche, no volvió corriendo a casa para recogerlo todo antes de que llegaras y evitar
tu enfado.
Esa noche, dibujó un punto y final. Esa noche vivió.
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